Como es bien sabido, existen teorías que afirman que  el hombre es violento por propia naturaleza, pero también las hay que  aseguran el carácter cultural y aprendido de dicha violencia. 
                     
              En el campo de la psicología, y relacionado con esta cuestión,  actualmente se ha celebrado un importante congreso en Helsinki; se  trata del I Congreso de Psicólogos Europeos para la Paz. 
               
              El interés de este acontecimiento, nos parece radica no tan sólo en el  examen teórico que las diversas ponencias y comunicaciones efectuaron  respecto a los caminos más óptimos hacia una paz interpersonal y  social, sino en el compromiso expresado por todos de trabajar desde el  propio campo en la optimización de estas vías.  
               
              Un momento importante en este Congreso fue la adhesión que todos los  presentes realizamos a la Declaración sobre la Violencia que el  profesor Robert Hinde, de la Universidad de Cambridge (UK), leyó en  representación de un colectivo internacional de científicos. 
               
              Dicha Declaración intenta significar una contribución al Año  Internacional de la Paz rehuyendo de cierto número de hallazgos que  pretenden justificar la violencia y la guerra. 
               
              El uso incorrecto de las teorías científicas y de los argumentos para  justificar la violencia y la guerra no es ni mucho menos un fenómeno  nuevo, pero ha tenido especial importancia a partir de la aparición de  la ciencia moderna. Por ejemplo, la teoría de la evolución ha sido  empleada no tan sólo para justificar la guerra, sino también el  genocidio, el colonialismo y la supresión del débil. 
               
              Básicamente, esta Declaración está compuesta por las cinco afirmaciones siguientes: 
                1.  Es científicamente incorrecto afirmar que hemos heredado de nuestros  antepasados animales una tendencia a hacer la guerra. Aunque la lucha  se produce ampliamente en las especies animales, sólo se han producido  informes acerca de unos pocos casos de pugna destructiva entre especies  refiriéndose a grupos organizados, y ninguno de ellos comprendía el uso  de instrumentos. La predación normal para la alimentación respecto a  otras especies no puede equipararse con la violencia entre especies. La  actividad de la guerra es un fenómeno peculiarmente humano y no se  produce en los animales. 
                  El hecho de que la actividad bélica haya  cambiado tan radicalmente con el paso del tiempo indica que es producto  de la cultura. Su conexión biológica es primordialmente del lenguaje,  el cual posibilita la coordinación de grupo, la transmisión de la  tecnología y la utilización de instrumentos. La guerra es  biológicamnete posible, pero no es inevitable, tal como evidencian su  variación en la ocurrencia y la naturaleza a través del tiempo y el  espacio. Existen algunas culturas que no se han implicado en guerras  durante siglos, y también las hay que lo han hecho frecuentemente en  tiempos determinados, pero no en otros.  
              2.  Es científicamente incorrecto afirmar que la guerra y otras conductas  violentas están genéticamente programadas en nuestra naturaleza humana.  Los genes están implicados en todos los niveles de función del sistema  nervioso y proporcionan un potencial que puede ser actualizado tan sólo  en conjunción con el entorno social y ecológico. De este modo, aunque  los individuos varían en sus predisposiciones a ser afectados por la  experiencia, es la interacción entre el equipo genético y las  condiciones de crianza quien determina las personalidades respectivas.  Salvo raras patologías, los genes no producen individuos necesariamente  predispuestos a la violencia. Sin embargo, tampoco determinan lo  contrario. De este modo, a pesar de que están implicados en el  establecimiento de nuestras capacidades de conducta, los genes no  especifican el resultado del mismo. 
              3. Es científicamente incorrecto afirmar que en el  curso de la evolución humana se ha producido una selección natural más  a favor de la conducta agresiva que de otras clases de actitud. En  todas las especies estudiadas a fondo, el estatus dentro del grupo se  obtiene mediante la habilidad de cooperar y cumplir funciones sociales  relevantes para la estructura del grupo. La “dominancia” supone  vínculos sociales y afiliaciones; y no es simplemente una cuestión de  posesión y uso de una fortaleza física superior, aunque esto implique  conductas agresivas.  
              4. Es  científicamente incorrecto afirmar que los humanos poseemos un “cerebro  violento”. A pesar de tener el aparato neural para actuar  violentamente, éste no se activa automáticamente mediante estímulos  internos o externos. Al igual que los primates superiores y  diversamente a otros animales, nuestros procesos superiores filtran  unos tales estímulos antes de activar la respuesta. La forma como  nosotros actuaremos está mediatizada por la manera como hemos sido  condicionados y socializados. No hay nada en nuestra neurofisiología  que inste a las reacciones violentas. 
              5.  Es científicamente incorrecto afirmar que la guerra es fruto del  instinto u otras motivaciones similares. La emergencia de la guerra  moderna ha supuesto un trayecto desde la primacía de factores  emocionales y motivacionales, a menudo denominados “instintos”, a la  primacía de factores cognitivos. La guerra moderna implica el uso  institucional de características personales tales como la obediencia,  la sugestibilidad y el idealismo; habilidades sociales como el lenguaje  y consideraciones racionales como el cálculo del coste, pláning y  proceso de información. La tecnología de la guerra moderna ha  exacerbado rasgos asociados a la violencia, ya sea en el entrenamiento  de los contendientes, como en la preparación del apoyo moral para la  guerra en la sociedad. Como resultado de esta exageración, dichos  rasgos son a menudo confusos con lo que respecta a las causas y no a  las consecuencias del proceso. 
              Finalmente,  la Declaración sobre la Violencia concluye que la biología no condena a  la humanidad a la guerra, por lo que la humanidad puede liberarse del  pesimismo y, alentada por la confianza, emprender las tareas  transformadoras necesarias en el presente Año Internacional de la Paz,  y en el futuro. Y aunque estas tareas son primordialmente  institucionales y colectivas, también deben ser encauzadas  individualmente, dado que algunos de los factores cruciales, tales como  el pesimismo y el optimismo, residen en la consciencia del individuo.  Del mismo modo que la “guerra empieza en la mente del hombre”, la paz  también empieza en nuestra mente. La misma especie que inventó la  guerra es capaz de inventar la paz. Esta responsabilidad se halla en la  mano de cada uno de nosotros.  
                 
              * Profesor de Psicología Evolutiva. UAB.  |