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#CFE2ED

¿El autor de la acción prosocial puede obtener beneficios puntuales o duraderos para su salud mental?

Las emociones ocuparían un lugar importante entre los componentes de esta salud mental y podrían constituir uno de los campos donde podría producirse este beneficio. Esbozaremos algunos puntos que explican cómo los comportamientos prosociales podrían incidir en algunas de las emociones más relevantes:

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EL ENFADO Y LA IRA

En estas emociones hay una gran activación fisiológica. Esta activación tiene su expresión en una respuesta emocional de grado elevado. Podríamos referirnos a ella como una respuesta inmediata, a flor de piel, contundente.

Para justificar el hecho de descargar el enfado sobre alguien se crea un monólogo interno que proporciona argumentos para justificar el hecho. Se inicia una cadena de pensamientos hostiles que favorecen el aumento de la activación fisiológica, que puede llevar a la ira y desencadenar con facilidad una violencia contra la otra persona.

La persona con arranques frecuentes de enfado y de ira por las activaciones fisiológicas extremas adolece de una mayor vulnerabilidad en su salud mental y física. En todo caso, desde la perspectiva social y comunitaria, tal persona supone un subsistema de riesgo para la convivencia. La persona habituada a realizar conductas prosociales probablemente accederá a una forma más eficaz de control del enfado, posiblemente a través de varias vías.

La atención frecuente a las necesidades de los demás que se traduzca en la generación de acciones prosociales, es incompatible, al menos temporal y puntualmente, con la generación de actos violentos hacia los demás. Un hábito en este sentido, tenderá por consistencia a una percepción benévola de la globalidad del otro, del receptor, a interpretar menos negativamente las acciones de los demás, con lo que disminuirán las percepciones de “estímulos agresores”.

Otra vía es la del descentramiento empático. Se trata del descentramiento progresivo del propio espacio psíquico, de la capacidad de situarse en el punto de vista del otro (toma de perspectiva), la cual es bastante habitual en las personas que realizan frecuentemente acciones prosociales. Esta capacidad permite una mayor comprensión del estímulo y de la situación que ha provocado el enfado y proporciona información sobre las razones del otro, hecho que permite una reconsideración de la situación, pudiendo  disminuir, inhibir o frenar el enfado a medio término.

Quizás la otra vía de control del enfado sea todavía más efectiva. Se trata de un autocontrol basado en lo cognitivo como contenido significante en relación a los valores. Las actitudes de heteroestima hacia los demás, fundadas en un valor que sea fundamental para la persona, como pueden serlo las de tipo ideológico o religioso, trabajan en el mundo interno de los significados de la conducta.

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LA PREOCUPACIÓN, LA ANSIEDAD Y EL ESTRÉS

La preocupación tiene como función anticipar los peligros que puedan presentarse y la búsqueda de soluciones. La preocupación puede dar inicio a un transtorno cuando se convierte en ansiedad crónica, en cuyo caso se produce una falta de control sobre el círculo vicioso de pensamientos ansiosos.

La ansiedad también se activa por las presiones reales de la vida (estrés) y es la emoción más relacionada con el inicio de la enfermedad. El sistema inmunológico parecería ser el mediador orgánico de esta relación.

Las acciones prosociales suponen en ocasiones creatividad, inciativa, incluso asertividad, las cuales ejercitadas frecuentemente inciden aumentando la autoestima, mediante la percepción de logro, de eficacia. Esta mejora de la autoestima genera seguridad en la persona, la cual es inhibidora de la ansiedad.

El hecho de fomentar las relaciones interpersonales también permite que la persona no tenga tantas oportunidades de iniciar el círculo vicioso de pensamientos preocupantes, a partir, por un lado, de una conducta antagonista como es la distracción y, por otro, por un cierto grado de relativización del problema, en el caso que se tenga oportunidad de observar situaciones similares en las relaciones interpersonales.

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ESTADOS DE ÁNIMO PESIMISTAS

Los optimistas consideran que los fracasos se deben a algo que puede cambiarse (relaciónese también con locus de control interno/externo), mientras que los pesimistas los atribuyen a una característica propia, estable del suceso y que no es posible modificar.

Optimismo puede significar tener expectativas de que, en general, las cosas irán bien. Es un estado emotivo opuesto a la apatía, la depresión  o la desesperación, verdaderos enemigos de la salud física y mental. Se puede considerar como un buen recurso para afrontar el estres y la salud mental.

 Las actitudes positivas que surgen habitualmente de los estados de ánimo positivos permitirían afrontar mejor las demandas del entorno y los contratiempos o frustraciones que puedan aparecer (por ej., mediante el mecanismo conocido de la profecía autocumplida o vaticinio). Por lo tanto, serían eficaces estrategías de manejo del estrés.

Lo que causa la reacción de estrés no es el estímulo o ambiente estresante por sí solo, sinó por la significación subjetiva percibida por la persona afectada. En la elaboración de este significado subjetivo intervendrá probablemente el estado de ánimo habitual.

Los comportamientos prosociales finalizados (por definición) en una satisfacción y aprobación en el receptor, generarán un feedback positivo para el autor de eficacia, de utilidad, lo cual, si se produce frecuentemente, debería mejorar la autoestima y aumentar la cantidad de los estados de ánimo positivos.
Esta interrelación positiva entre receptor y autor generaría un sentimiento de reciprocidad, de amistad (quizá también debido a la expresión de proximidad psicológica). Todo lo cual contribuiría a crear un clima de bienestar, paz y unidad en la relación que fomentaría los estados de ánimo positivos y a la larga el optimismo.

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LA CULPA

Se ha intentado diferenciar la cultura occidental de otras a partir de la preeminencia de una educación del desarrollo moral inducido por la culpa, (versus la vergüenza en otras culturas). Especialmente sentido en décadas pasadas, cuando existía una educación represora muy centrada en el autoritarismo. No faltan, sin embargo, críticas que denuncian nuestra época como falta de valores morales que induzcan el auto-control personal para vivir en sociedad, considerando, por ejemplo la violencia actual.

El sentimiento de culpa está presente en numerosas entidades psicopatológicas. Una relativa disminución de las presiones introyectivas exageradas se podría considerar como beneficiosa para la salud mental.

Las acciones prosociales realizadas, por ejemplo, en el ámbito del voluntariado ejercitado en el anonimato, han sido interpretadas como inhibidoras de una culpa establecida en ámbitos más conocidos, respecto a personas próximas o familiares, incluso (ancianos, padres, etc.).

En todo caso, la persona identificada con valores asumidos de justicia social, frente a la impotencia experimentada (mediante la compasión) a nivel macromundial, encontraría en las acciones prosociales un alivio a la culpa.
Más allá de entrar en valoraciones éticas o funcionales, podríamos afirmar que dados los límites de la acción individual, no parece ilógico considerar que la acción prosocial concreta pueda suponer un tranquilizador efectivo de la culpa.

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ENVIDIA

La literatura nos muestra los efectos devastadores de un sentimiento que puede ir socavando la salud mental y provocar, también, alteraciones en las relaciones interpersonales y sociales.

Más allá de la conveniencia de un educación basada en el descentramiento hacia el otro, ya muy temprano en el desarrollo emocional e interpersonal del niño, la identificación de este sentimiento y su posible afrontamiento, es una garantía de bienestar psicológico.

En principio el valor supremo de la dignidad de la persona, independientemente de los atributos o capacidades, y el valor de la prosocialidad asumido como guía de conducta, debería atemperar esa envidia, la cual se debería identificar y expresar adecuadamente en forma de admiración explícita, como forma de manejo de los propios sentimientos.

Además la realización de acciones prosociales, incluso a las personas envidiadas, podría actuar como un alivio paradójico por el poder que supondría la eficacia de la acción y el posible feedback de aprobación del receptor.

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